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ROCÍO JURADO: LA HISTORIA ÍNTIMA DE LA MÁS GRANDE
Por Vanity Fair: Hoy se cumplen 12 años de la muerte de La Chipionera. Recuperamos nuestro reportaje sobre su vida, sus éxitos y su gran amor frustrado.

"A las 5.15 de la madrugada ha dejado de respirar. Ha muerto como ella quería, rodeada de los suyos, de su familia, de sus hijos, de sus hermanos...”. La amarga frase que Amador Mohedano pronunció para comunicar el fallecimiento de su hermana Rocío Jurado abrió todos los informativos. Era el 1 de junio de 2006.

 

Un mes antes, el 28 de abril, la artista había entrado en Villa Jurado, su casa de La Moraleja, saludando a la prensa suavemente con la mano. Fue la última vez que se la vio con vida. Había luchado un año y diez meses contra un cáncer de páncreas que no pudo vencer. Tenía 61 años. “El final de mi vida me gustaría que fuese con todos ustedes”, repetía constantemente. Y así fue. La Chipionera dejó de respirar entre todos los suyos. Su marido José Ortega Cano; sus hijos, Rocío Carrasco, José Fernando y Gloria Camila; sus hermanos, Gloria y Amador; sus sobrinos y su fiel secretario, Juan de la Rosa. La capilla ardiente, instalada en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, recibió la visita de más de 20.000 personas. Sonaba uno de sus fandangos Aunque me voy, no me voy / Y aunque me voy, no me ausento. Sería la última vez que toda la familia estuviera unida en el dolor. “Desde que Rocío no está, nada es igual”, me confiesa uno de sus grandes amigos, el poeta gaditano Antonio Murciano.

 

Rocío siempre fue “el nexo de unión de la familia, la clave del clan y la persona más generosa de cuantos había”, asegura Murciano. El mismo día que anunció a la prensa que padecía un cáncer redactó su testamento. Un legado de más de siete millones de euros. “Nadie se ha quejado del testamento, pues fue muy claro —me confía Antonio Murciano—. A Gloria le dejó el chalé de Chipiona; a Amador la finca Los Naranjos y dos naves, una para el hijo de este, ahijado de Rocío; a José Ortega Cano su parte de Yerbabuena y la ganadería; a su hija Rocío la nombró heredera universal de todos sus derechos, sus joyas y vestidos, además de la casa de Madrid, cuyos beneficios, tras su venta, deberían ser repartidos entre sus otros hermanos, José Fernando y Gloria Camila, quienes recibieron una suma de dinero al cumplir los 18 años; y hasta a su fiel secretario, Juan de la Rosa, le dejó un adosado en Chipiona. Todo el mundo conserva lo que ella les dejó. No le falló nunca a nadie”. Sin embargo, Rocío se fue con una duda. En su última entrevista televisiva, con Jesús Quintero, en enero de 2006, se preguntaba: “Cuando uno piensa: “Hasta aquí hemos llegao”, siempre tiene una preocupación muy grande. Te viene la duda: “¿He hecho lo correcto?”.

 

“Rocío sacaba adelante a toda su familia. No era la hermana de Amador y Gloria, era la madre de todos. Como amiga era auténtica y más como hija, madre, hermana y esposa”, me asegura en Cádiz el modisto Antonio Ardón, el diseñador que hizo célebres los looks de Rocío y que se convirtió en uno de sus mejores amigos. Entre cientos de fotos y diseños aparece una instantánea de María del Rocío Trinidad Mohedano Jurado. Sí, cuando aún no era Rocío Jurado. Había ganado el concurso en el que su tío Antonio la había inscrito, el de Radio Nacional realizado en el teatro Álvarez Quintero de Sevilla. ¿El premio? Cuarenta duros, una botella de gaseosa, un corte de traje y unas medias de cristal.“Con el dinero les compré zapatos a mis hermanos y mis primeros con un poco de tacón”, recordaba Rocío.

 

Así comenzó la carrera de La Chipionera, que hizo huelga de hambre hasta que su familia le permitió viajar a Madrid a probar suerte, que cantaba en los tablaos El Duende y Los Canasteros siendo menor de edad y que con las 300 pesetas que ganaba al mes se trajo a todos los suyos a la capital y les pagaba piso y comida. Aquella niña que se subía al mármol jaspeado de la tienda de ultramarinos de su abuelo Antonio en Chipiona a cantar coplas se convirtió en una estrella internacional. Vendió más de 30 millones de discos, recibió 150 discos de oro y 63 de platino. Obtuvo el premio La Voz del Milenio a la Mejor Voz Femenina del Siglo XX, la medalla de Oro de las Bellas Artes de manos del Rey y la medalla de Oro al Mérito del Trabajo. Ya era La Más Grande.

 

La primera persona que se fijó en la voz de Rocío fue Enrique Garea, director de la desaparecida discográfica Columbia en los años sesenta y setenta. “Yo grabé su primer disco, una recopilación de las canciones de la película Proceso a una estrella (1966) y en el 69 sacamos el álbum que llevaría su nombre, Rocío Jurado”, cuenta Garea. “Era una chica inocente pero provocadora. Si era buena como artista, mejor era como persona. Fue La Chipionera cuando empezó y lo siguió siendo ya consagrada y hasta su muerte. Siempre muy humilde y generosa, nunca fue de egos. Tenía una personalidad como para estar siempre enamorado de ella”.

 

Pero quien la enamoró fue otro, Enrique García Vernetta. Cuenta Juan Soto Viñolo en la biografía de Rocío que una tarde de 1968 este apuesto valenciano se refugió de la lluvia bajo la marquesina del teatro Apolo de Valencia. Allí actuaba la compañía de Enrique Vargas, El Príncipe Gitano, con el espectáculo Aquí estoy yo. Y entró a ver la obra. Cuando Jurado salió al escenario Enrique se quedó prendado de ella y fue al camerino a saludarla. Al día siguiente le envió un perfume de Christian Dior. El valenciano acudió todo los días al espectáculo. Y así nació una de las relaciones que marcaron la vida de Rocío.

 

Enrique se hizo cargo de la carrera artística de La Chipionera, que dejó a su anterior representante, Francisco Bermúdez —exmánager de Raphael—. Durante los casi ocho años de relación su carrera creció junto a Enrique. Editó cinco discos más con Columbia, comenzaron las giras por Venezuela, Argentina, México y Estados Unidos, fue elegida Lady España y obtuvo el tercer puesto en el certamen Miss Europa e intervino en casi todas las apariciones televisivas... con escasa ropa.

 

Pedro era campeón mundial de boxeo de peso ligero y toda una figura en España. El 21 de mayo de 1976 contrajeron matrimonio en la iglesia de la Virgen de Regla, en Chipiona. El pueblo entero salió a la calle. “Rocío, vestida de novia, no podía acceder al templo de la cantidad de gente que había. La tuvieron que llevar a hombros hasta el altar”, recuerda Enrique Garea, que fue testigo en el enlace. La pareja había enviado 500 invitaciones y a la celebración en una bodega de Chipiona entraron más de 1.000 personas: habían fotocopiado las tarjetas. Juanita Reina tuvo que tomar los aperitivos sentada en el respaldo de una silla. Hubo invitados que solo tomaron una copa de manzanilla y acabaron cenando en un restaurante.

 

Un año después de la boda nacía en Madrid Rocío Carrasco Mohedano. “Su hija era el verdadero amor de Rocío. Fue muy buena madre, excelente, que no tocasen a su niña. ¡Cuidao!, mataba por Rocío”, asegura Antonio Ardón. En 1981, según Juan Soto, Rocío se quedó embarazada por segunda vez. Tenía 37 años. Sin embargo, perdió el niño y cayó en una profunda depresión. “Una vez hicieron una apuesta entre Rosa Benito, Gloria Mohedano y Rocío para ver quién se quedaba antes en estado. Rosa y Gloria tuvieron éxito, ella no. Rocío siempre quiso tener más hijos, por eso llegó luego la adopción de Fernando José y Gloria Camila”, confiesa el modisto.

 

Señora (1979, RCA) fue el álbum que marcó la trayectoria de Rocío, con el que dio el salto a América y recibió multitud de premios. Acababa de finalizar su relación con la discográfica Columbia y habían construido un personaje melódico más que folclórico en el que encajaba a la perfección. Con los grandes éxitos que le siguieron, Como una ola, Paloma brava, Punto de partida, conquistó el Madison Square Garden y el Lincoln Center de Nueva York, el Beethoven Hall de Bonn o el Auditorio Nacional de México.

 

Entre idas y venidas, la artista dejaba a su hija al cargo de Pedro y de Juan de la Rosa. En dos entrevistas del canal local de Chipiona Rocío Carrasco, con nueve años, confiaba al locutor: “Mi madre está bien, pero no sé cuándo vendrá” y “Siento mucho que mi madre no esté aquí para verme cómo entrego la corona a la reina del carnaval”. La distancia también pasó factura a su matrimonio. “Yo viví todo el problema de Carrasco con ella. El disgusto tan fuerte que se llevó. Pedro salió con una mujer y tuvo relaciones mientras Rocío estaba en América. Jurado se enteró, le sentó muy mal. “A mí no me pone los cuernos nadie”, dijo. Aquello fue muy serio. Pedro intentó por todos los medios pedirle perdón, pero ella se cerró en banda, pues había estado enamoradísima de él”, desvela por primera vez Antonio Murciano.

 

En 1986 los rumores de separación se dispararon. Enrique García Vernetta cuenta que por entonces ella seguía enamorada de él. “Un día en el aeropuerto Rocío me dijo: “Pon el coche en marcha, da media vuelta y nos vamos”. Yo le dije: “Rocío, tienes un marido y una hija esperándote”. Ahí fui yo un cobarde porque tendría que haber dado media vuelta como ella quería”.

 

En 1988 Pedro y Rocío ratificaron el convenio de separación matrimonial, pero quienes los conocieron bien aseguran que se quisieron toda la vida. Cuando Pedro falleció en enero de 2001 Rocío quedó muy afectada a pesar de que ya había rehecho su vida junto al torero José Ortega Cano y había adoptado a José Fernando y Gloria Camila.

 

El verano de 2004 la cantante sintió un dolor agudo en el estómago. Fue a la consulta de su doctor en Cádiz y este la transfirió de inmediato a la clínica Montepríncipe de Madrid. Le habían detectado un cáncer de páncreas y la sometieron a una operación urgente. Al día siguiente volaba a Houston para seguir su tratamiento. Cuenta su fiel amigo y escritor Antonio Burgos en su libro Rocío, Ay, mi Rocío que mantuvo su sentido del humor en todo momento y que una vez que la llamó a Houston y le dijo que en la voz le notaba mejoría, ella le respondió:

 

—Pues no creas que estoy bien, porque mañana tengo que volver a la emisora...

—¿A la emisora, Rocío? ¿Que vas a cantar en una televisión, o que te van a hacer una entrevista?

—¡Cállate, que yo le llamo la emisora para no darle importancia! ¿Pero tú sabes lo que es la emisora?

—No sé, a lo mejor es una radio, que no es la televisión...

—¡Eso, eso, la radio! ¡Pero la radioterapia, chiquillo, la radioterapia! Ay, Virgen de Regla...

 

En Houston, mientras recibía la radioterapia, Rocío pedía a las enfermeras que pusieran rumbas “y les bailaba a las muchachas el Bamboleo”, recordó Rocío. “Nunca perdió las fuerzas, la esperanza ni las ganas de vivir —cuenta Antonio Ardón—. “Así no quiero estar delgada”, me confesaba. Cuando fui a Montepríncipe estaba sentada con un pijama y una cola de caballo. Le dije que la encontraba muy guapa y que le había hecho unos diseños preciosos. Me contestó: “¿Por qué no te los has traído para que los viese? Bueno, cuando me ponga algo mejor y salga de aquí, me los llevas a Yerbabuena”. En ese momento entró Rocío Carrasco y su madre le soltó: “¡Cuidao, cuidao, con lo que me dice Tony! ¡Que me ha hecho unos diseños! Con lo malita que yo estoy... Fue la última vez que la vi”. En la clínica, ya cercano su final, tenía un televisor bajo la lámina del Papa Juan Pablo II. ** Le decían que estaba averiado para que no se enterase de la muerte de la otra Rocío, de su amiga, de la Dúrcal.**

 

Antes de fallecer, la cantante accedió a grabar su último concierto, Rocío, siempre. Un especial para TVE que contó con la colaboración de un elenco de artistas nacionales. Mónica Naranjo grabó junto a ella el tema Punto de Partida : “Ya estaba fatal y cada poco se iba a su camerino a tumbarse un ratito. Durante una de estas pausas, me acerqué a ella y le dije: “Pero Rocío, vete a casa. Ya todo el mundo sabe que eres la más grande. No tienes nada que demostrar. ¿Por qué sigues?”. Ella me respondió: “Porque ha venido a verme mucha gente de Chipiona”.

 

Lee el artículo original en VANITY FAIR.

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