La entrevista ha dado comienzo durante la sesión de maquillaje y la anécdota no tarda en llegar. Blanca Li, nacida Blanca Gutiérrez el 2 de enero de 1964 en Granada, repasa los orígenes de su cálida relación con Chanel cuando algo capta su atención. “¿No te parece que está un poco descentrada la raya?”, le pregunta al peluquero. Con precisión milimétrica, este desplaza a la derecha la línea que separa su negra cabellera en dos mitades, ahora aún más exactas. A modo de disculpa, la bailarina, coreógrafa y actual directora de los madrileños Teatros del Canal, esgrime un murmullo en tono confesional. “Me descentra el desequilibrio. Ay, ay, ay…¡la perfección!”, ríe. En el fondo, la escena no puede sorprender a nadie. Es casi imposible armar una trayectoria profesional tan meritoria y prolífica como la suya –desde sus estrenos en la Ópera de París o la Metropolitan Opera de Nueva York hasta sus colaboraciones con Beyoncé, Almodóvar o Jean-Paul Gaultier– sin manifestar pasión hasta por el más nimio detalle.
Una vez solventado el asunto capilar, Li recupera el hilo del discurso. Conoció por primera vez a Karl Lagerfeld a finales de los noventa, en el contexto de una sesión de fotos irrepetible. El diseñador asumía el rol de retratista para un número especial de desundos orquestado por el medio experimental Visionaire. Él mismo pidió contar con la presencia de la bailarina en un casting del que también formaban parte Linda Evangelista o Demi Moore. “Me llamó porque le gustaba mucho la danza, el movimiento. Y claro, cuando ya te pones en pelotas delante de alguien, se crea una cierta intimidad”, bromea. Años después, en 2008, volvieron a encontrarse en el monegasco Baile de la Rosa, que en aquella ocasión estaba dedicado a la “Movida madrileña”. A partir de entonces, Li se convirtió oficialmente en amiga de la maison francesa. “Comenzó a invitarme a los desfiles de manera habitual y me regaló ropa súper bonita. Siempre me llamaba Bianca. Le gustaba mucho la gente. Hay personas que, llegado un momento, se abandonan. Él, nunca. Estuvo ahí divirtiéndose y creando hasta el final. Soñando como un niño”, relata.
Debido a ese estrecho vínculo y a la larga tradición de mecenazgo que une a Chanel con la danza, la granadina no tuvo dudas al reclutar a Virginie Viard, directora creativa de la casa, para el diseño de vestuario de uno de sus proyectos más ambiciosos: Le bal de Paris –que en la última edición del Festival de Venecia recibió el premio a la Mejor Experiencia de Realidad Virtual–. Se trata de un espectáculo inmersivo en el que el espectador se convierte en protagonista de una espléndida fiesta. Y, justo antes de sumergirse en ese mundo exquisito de valses y salones palaciegos, escoge el atuendo que llevará para la ocasión de entre todos los modelos de la mencionada colección virtual de “alta costura”. Tras su estreno improvisado en Madrid en el pandémico diciembre de 2020, la pieza se pudo disfrutar el mes pasado en el Teatro Nacional de Chaillot de la capital francesa.
“Una de las misiones del artista es tratar de ir por delante”, reflexiona Li. “Me ha gustado siempre experimentar con la danza e inventar nuevas maneras. Empezar un proyecto sin saber si lo voy a poder acabar me divierte mucho. Hay un miedo que es excitante. A veces, la cagas totalmente, me ha pasado bastante; otras, te sale bien. Nunca jamás me hubiera imaginado ir a Venecia a recoger un León de Oro. No estaba en mis planes. Es curioso cómo la vida te va llevando”.
A los 12 años fue integrante del equipo nacional de gimnasia rítmica; a los 17, se trasladó a Nueva York para formarse durante un lustro en la prestigiosa escuela de Martha Graham gracias a una beca. Allí, en el apartamento que alquilaba cerca de Harlem, fue testigo de excepción de la llegada del hip-hop y el break dance. “Vi nacer un movimiento que luego me ha acompañado toda mi vida. Siempre he estado trabajando como coreógrafa con bailarines de la calle y con todas las danzas urbanas. Me influencian mucho a la hora de crear, son distintos lenguajes y cada uno aporta una riqueza increíble”, ahonda.
También en Nueva York conoció a su marido, el matemático francés de origen coreano Etienne Li, de quien más tarde tomó prestado el apellido por razones, asegura, de pura practicidad. “En cuanto pasas la frontera, Gutiérrez es un nombre dificilísimo de deletrear y de pronunciar. Un día, de risas, empecé a decir que me llamaba Blanca Li, y ahí se quedó”. Tras años de aviones entre Madrid, Marrakech y Manhattan, ambos decidieron establecerse en París en 1993. Fue entonces cuando ella fundó su compañía de baile contemporáneo, con la que ha actuado en más de 1.200 teatros en todo el mundo. “Creo que el verdadero amor consiste en acompañar el sueño del otro y respetarlo. Es muy duro tener que renunciar a tus metas por alguien más. Nunca he podido ni podría vivir sin la danza. Es algo más fuerte que yo, una necesidad vital como comer o dormir. Además, estar bien con lo que haces te da una energía súper positiva, que es la que transmites a la gente que está cerca de ti”, reflexiona.
En octubre de 2019, esa necesidad vital la llevó a asumir el cargo de directora de los Teatros del Canal. Jamás hubiera imaginado que su primer reto en el cargo iba a ser hacer de las salas espacios seguros durante una pandemia. Ahora que parece que lo peor ya ha pasado, Li puede por fin cristalizar su visión en el ecléctico programa que ha creado para la temporada 21/22 (más de 100 propuestas artísticas que abarcan todo tipo de estilos y formatos). “Mi objetivo es que todos los públicos, con diferentes gustos y necesidades, puedan encontrar en el Canal su casa. Y, al mismo tiempo, poder poner al servicio de tantos creadores este teatro maravilloso con sus tres salas y ver la excitación que se genera el día del estreno. Contribuir a que otros artistas realicen sus sueños”.
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