París, 25 de octubre de 2021. Nueve de la noche. En una mesa esquinada del suntuoso restaurante del hotel Regina Louvre de París, Nathy Peluso (Luján, Argentina, 1995) interroga en inglés a un risueño camarero acerca de cada uno de los platos de la breve carta con la que cuenta el establecimiento. “¿Qué te pedirías, la hamburguesa o el fish and chips?”. “Depende del hambre que tengas”. “Bastante”. “Pues entonces la hamburguesa”. El mantel blanco de la única mesa con clientes esa velada de lunes recibe una selección de patés, una crema de champiñones, hamburguesas y, por supuesto, un plato de fish and chips. “Me encanta comer. Es uno de los placeres de la vida”.
La voracidad de la artista argentina no se queda ahí, en la comida, se extiende sibilinamente por todas las facetas de su vida. “Soy muy inconformista y autoexigente. Soy mi mejor amiga y mi peor enemiga. Hay veces que se hace insoportable convivir conmigo misma. Tengo la vara de medir muy alta. De hecho ahora mismo esa vara ni siquiera existe. Siempre se puede ser mejor. Siempre estoy viendo en qué podría mejorar, cuál podría ser el siguiente paso. Siento que estoy en un momento en el que no me corresponde descansar. Ahora es cuando tengo que poner toda la carne en el asador”, reflexiona la artista que este año ha conseguido cuatro nominaciones a los Grammy Latinos (la gala se celebra el 18 de noviembre en Las Vegas).
Nathy Peluso lo tiene claro. Conoce a su público. Lleva practicando para ellos, y frente a ellos, desde hace años. “Cuando saqué La sandunguera [2018] hice como 160 conciertos. Una locura. Me sentí muy pasada de rosca. Pero ahora lo agradezco, aprendí de verdad. Aprendí a comunicarme con los espectadores, a saber lo que necesitan, lo que demandan, lo que esperan, lo que no se esperan. Ahora soy una pro. Sé quien soy, sé qué puedo exigir cuando me subo a un escenario, y lo que no. Cuánto valgo, lo que provoca un show mío. El escenario ha sido mi mejor escuela”.
Autodidacta en esto de la música –"Siempre he tenido mucho complejo de no saber cómo leer las partituras, pero entiendo el idioma. Me encantaría ser pianista clásica. Y creo que lo voy a conseguir. Ahora no tengo la oportunidad, pero me quiero retirar un tiempo, cuando ya haya hecho varios discos, y sacarme la carrera en el conservatorio"–, la artista argentina ha trabajado duro para llegar a donde está hoy. Sin regalos ni golpes de suerte, su éxito ha sido fruto del esfuerzo. “Vengo desde abajo. Mi familia era de clase media baja. Mis padres unos currantes. Cuando me doy cuenta de lo que he conseguido y de dónde vengo, solo en ese momento caigo en todo lo que he trabajado. He picado pala. Qué manera de currar, vertiginosamente, sin ni siquiera reparar en que lo estás haciendo. Es como tener una meta ciega, pum pum, pum pum. Sin parar. Y sigo igual, con la misma mentalidad. No es que ahora me relaje”.
Cuando ya sentía que había aprendido todo lo que la escuela le podía ofrecer, lo dejó. “Hacía muchas covers que subía a YouTube desde hacía tiempo. Había empezado a tener algo de reconocimiento, y me lancé. Por aquel entonces estaba trabajando en Vips. Cinco horas por 50 euros. Abandoné las dos cosas, mi trabajo y los estudios. Siempre pensé que me iba a dedicar a la pedagogía, a ser maestra de teatro. Creía que no se podía ser cantante y ganar dinero. Pero salté al vacío, y me salió bien”. Después, en 2017, lanzaría Esmeralda, un recopilatorio de varios de sus temas hasta la fecha, además de Corashe, canción con la que conseguiría un millón de visitas en YouTube en menos de dos meses. “Al principio cogía los beats de Internet. Luego me fui profesionalizando. Pero siempre he escrito todos mis temas. Cada palabra que canto la escribo yo. También la melodía”.
Su nombre empezó a sonar en los circuitos alternativos, y el éxito acabó por atraer a un gigante como Sony, con el que firmó en diciembre de 2019. “Cuando saqué Corashe me sorprendió la confianza que había depositada en mí. Por aquel entonces la música no era lo que es hoy. El under no era el pop. Ahora si es verdad que el under, es decir, el rap, el trap, el reguetón, es el nuevo pop. Yo pertenecía a la música under, pero me volví mainstream. Esto no era algo natural. Y más siendo una mujer. Una mujer que rapeaba”. Que rapeaba en un mundo de hombres. Una esfera, la del trap, el rap y el reguetón, decididamente machista, que Nathy no defiende, pero tampoco criminaliza. “El mundo es machista. No solo el de la música. Obviamente, como todas las mujeres, en cualquier industria, siento esas diferencias. Mi manera de ayudar a cambiar esta mentalidad es siendo quien soy, escribiendo las letras que escribo. Yo descubrí que era feminista gracias a mis canciones. Además es importante que las niñas tengan esos referentes. Que sepan que si trabajan pueden llegar ahí”.
El resto de su imaginario, de su estética, entronca con los códigos de este estilo musical ya no tan alternativo. Uñas infinitas y profusamente decoradas, maquillajes trabajados, contouring mediante, y prendas decididamente sensuales (o sexuales). También la apropiación del chándal como uniforme, como el que luce durante esta cena-entrevista, un pantalón beis de Late Checkout, la firma de su amigo Pucho (C. Tangana), que combina con una camiseta tattoo, un mini top de lana marrón, un esponjoso cárdigan verde y una chaqueta negra de Adidas. “Voy hecha un cuadro”, bromea. “La estética es muy importante para mí. Me ayuda a crear el personaje. Tengo referencias muy concretas que no pertenecen a la época en la que vivo. Los ochenta, los noventa, los 2000... Me gusta mezclar. Todo lo que me pongo habla y viste mi música, viste mi performance. La primera Nathy era más cruda. Ni siquiera usaba maquillaje por aquel entonces. El maquillaje me transforma, me siento más vestida. Me da seguridad”. Los monos de Sergio Castaño, ajustados hasta convertirse en una segunda piel, que ha lucido este año en la gira de Calambre, igualmente forman parte de esta teatralización de la artista.
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